Una de las dudas que como Letrada me suscita un procedimiento de familia en la que existan hijos menores de edad, es el tratamiento que se le ha de dar a los mismos en estas situaciones, no sólo desde las instituciones judiciales (Jueces, Fiscales) sino en el seno de las propias familias que inician un proceso de separación y divorcio.
Aunque no se puede generalizar porque obviamente existen muchas tipologías de familia cada una de ellas con sus propios códigos de valores y paradigmas educativos, la premisa general de la que siempre parto y que es válida en cualquier proceso de separación o divorcio en que haya menores implicados, es la de que HAY QUE CONTARLES LA VERDAD.
Efectivamente no hay nada más pernicioso para la seguridad y bienestar de un menor que el que se les mienta o no se les cuente la verdad de lo que está pasando en casa a lo que hay que añadir el miedo al abandono que puedan sentir.
No debemos olvidar que la capacidad de captación que tienen los niños, incluso los más pequeños, de percibir que algo no va bien es muy superior a lo que en general imaginamos. No es necesario que escuchen discusiones diarias para que sepan que entre sus padres la cosa no va bien.
Más allá del lenguaje verbal, existe algo más sutil que los niños captan con especial facilidad y es el lenguaje gestual y corporal, así como los propios estados de ánimo de sus progenitores aunque éstos no abran la boca.
He tenido asuntos en los que los padres con toda la buena intención de proteger a sus hijos, adoptaban con ellos un absoluto mutismo y secretismo respecto a lo que sucedía en el hogar familiar sin ser conscientes que los menores lo percibían todo.
¿Qué ocurre en estos casos? Que al no haber una comunicación directa y clara los niños empiezan a imaginar la situación en la medida en que su desarrollo mental les permita y evidentemente lo que ellos imaginan no siempre coincide con la realidad causándoles una gran inseguridad, inseguridad que se verá reflejada como no puede ser de otra manera, en el ámbito de su vida diaria, sus rutinas y resto de relaciones.
Así es muy frecuente por ejemplo que ante estas situaciones los niños se retraigan socialmente, empiecen a quitar malas notas o incluso en muchos casos adoptar una postura muy rebelde que no es más que una llamada de atención. Están pidiendo a gritos que se les reconozca, que se les vea y se les comprenda, algo que desagraciadamente no es lo más frecuente.
Muchos padres tratan a sus hijos como meros peones de la partida que ellos están jugando tomando decisiones importantísimas en su vida pero sin contar ni con su opinión ni explicándoles con un lenguaje que puedan entender, pero de una manera clara y sin ambigüedades, cómo va a cambiar su vida a partir de ahora.
Existe también otra clase de padres que son los sobreproteccionistas, que ante estas situaciones lo que hacen es ejercer un control absoluto sobre el menor dirigiéndolo completamente y sin dejarle su propio espacio vital acompañado en muchas ocasiones de un abuso en la compra de cosas materiales que satisfagan los deseos de sus hijos (móviles, ropa etc) satisfacción totalmente efímera y que enseguida los vuelve a llenar de vacío al dejar el plano emocional y afectivo de lado sustituyéndolo por lo material y el control.
En este sentido claro está que no es lo mismo un menor de 6 años que un adolescente de 15 pero en cualquier caso no podrán abarcar la situación en su totalidad si no se habla con ellos de una manera asertiva, sin dramas y explicándoles el cambio de situación que sí o sí van a experimentar.
Evidentemente no pues es obvio que los aspectos más personales de la relación de pareja que decide poner fin a su matrimonio o convivencia, no tendrán que ser compartidos con los hijos pero sí es muy conveniente que se comparta con ellos todos aquellos otros aspectos que de forma irremediable les van a afectar.
En este sentido es muy importante hacerles sentir partícipes de la nueva situación de modo que se sientan escuchados por sus padres en las necesidades y preferencias que ellos mismos puedan manifestar para poder encontrar entre todos la situación más idónea.
No olvidemos que a partir de la separación o el divorcio, los niños no volverán a compartir nunca más el mismo hogar con sus dos progenitores conviviendo al mismo tiempo en el mismo siendo una cuestión importantísima para ellos de qué manera van a vivir con uno y otro progenitor y como se van a relacionar a partir de ese momento con ellos.
En la mayoría de las ocasiones a los adultos se nos olvida este aspecto tomándose decisiones sin contar con lo que opinen los hijos cuando se supone que el interés y bienestar de los mismos es el más necesitado de protección.
En una situación ideal de separación y divorcio, el planteamiento conjunto de la situación en el ámbito familiar, facilitará el que los cónyuges puedan suscribir un convenio regulador que contemple de manera adecuada todos los intereses familiares.
Desgraciadamente no siempre se puede llevar a cabo un proceso judicial de divorcio de mutuo acuerdo siendo irremediable acudir a la vía contenciosa ante la imposibilidad de acercamiento de posturas entre las partes.
En estos casos es cuando los letrados nos encontramos también ante el dilema de llevar o no a los menores a que sean objeto de Exploración en el Juzgado.
De entrada mi postura es contraria sobre todo cuando son niños muy pequeños.
Efectivamente no debemos olvidar que un niño que se ve obligado a ir al Juzgado está muerto de miedo, porque es un escenario totalmente desconocido para él y no sabe a lo que se va a enfrentar, imaginándose seguramente señores vestidos de negro haciéndoles preguntas.
No entienden lo que hacen allí, pero no sólo eso, sino que además se sienten en un conflicto de lealtades brutal entre su padre y su madre porque muchas veces ellos quisieran manifestar una cosa pero para no defraudar a papá o a mamá dicen lo contrario a lo que desean.
No son conscientes los progenitores del daño psicológico que esto les puede producir a sus hijos en ocasiones de forma irreversible. No sólo eso, sino que en muchas ocasiones también son los propios menores los que creen que son los culpables de las desavenencias entre sus padres.
Efectivamente cuando oyen y ven a sus padres discutir por cuestiones como el régimen de estancias, la pensión de alimentos que se ha de pagar, resto de gastos (quien paga la excursión, quién paga el dentista, etc.) se sienten culpables porque claramente aplicando su lógica aplastante comprenden que si no fuera por ellos no existirían estos problemas.
Por tanto, desde mi punto de vista la presencia de los menores en el Juzgado debe ser evitada salvo que sea completamente imprescindible o bien cuando ya tienen una edad en la que sí o sí deben ser oídos pues tienen capacidad suficiente de decidir cómo quieren relacionarse con sus padres. Es el caso de adolescentes de 14 ó 15 años en adelante.
Cierto es que a partir de los 12 pueden ser oídos e incluso antes si tienen suficiente madurez pero insisto en que lo ideal es que no tengan que pisar el Juzgado puesto que
debemos ser conscientes de lo difícil que es para un niño emitir una opinión acerca de sus padres o contar cosas de los mismos cuando saben que haciéndolo pondrán en peligro el vínculo que mantienen con cualquiera de ellos.
Para acabar me gustaría compartir un hilo de Twitter de la Magistrada Dña. María Teresa Puchol Soriano (Lady Crocs) en el que habla y publica su experiencia como hija de padres separados, hilo interesantísimo teniendo en cuenta además su labor como magistrada de familia y por tanto redactora de múltiples sentencias.
Se trata de un Decálogo de lo que NO DECIR a los niños cuando se inicia un proceso de divorcio.
Como ella misma dice: “Son pequeñas pautas basadas en lo que me hubiera gustado que mis padres hicieran, en lo que me gustaría ver en los juzgados y de lo que yo intento poner en práctica con mi vida”
Para cualquier duda o consulta estaremos encantados de atenderlos en el despacho….
Autor: Ana Otero Rodríguez
Abogada Ejerciente Colegiada Nº 1568 ICAL
1 Marzo 2023
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